martes, 17 de marzo de 2009

Como dijo Terminator: I'M BACK... Bitch


Después de mucho sin escribir, vuelvo a las andanzas… hoy, en San Patricio…
Muchos lo ven como una fiesta para emborracharse, pero detrás de todo eso, hay una gran historia -que no pienso relatar-, por mi parte. No soy un ferviente religioso, es mas, no creo en la iglesia, sin embargo un tipo que logro convertir a toda una isla sosteniendo en forma tan fervorosa su fe, merece todos mis respetos, por eso les digo, Feliz San Patricio.

Ahora paso a dejarles un cuento que no tiene nada que ver… la continuación de “El misterio tras el humo



Una semana había pasado desde que se había ido, dejándome helado, en el bar. Los primeros 3 días habían sido sencillos, pero luego la empecé a soñar, ella se había vuelto algo recurrente, distintas situaciones, que se desencadenaban desde el bar de Paternal, donde luego de hablar un rato mas nos enfrentábamos en sesiones maratónicas de el mas bajo e instintivo amor carnal, y cada vez que despertaba, la angustia me invadía.
Y con aquella angustia, unas desesperadas ganas de prender un cigarrillo; resulto raro, pero en vez de forzar su recuerdo, el humo alquitranado, apagaba mis ganas de verla. Era como si su esencia, aquello que me había seducido de ella, se encontraba tácito en las volutas de humo.
Su recuerdo me quemaba por las noches y me agobiaba durante el día. Se había vuelto insoportable, y lo único que sabia sobre ella era su nombre -un dato tan inútil como saber si le gustaban los gatos-; pero me decidí a buscarla, todas las noches iba al bar a fumar y beber unas copas, pasaba por los distintos turnos en la facultad de psicología de la UBA, y recorrí todas las facultades en su búsqueda –es increíble lo poco que uno razona en pro de una relación incierta-, pero no había rastros de ella. Todo lo humanamente posible -en este plano de la existencia- ya lo había intentado, incluso recorrí los mas de quinientos resultados que había tirado Facebook para el nombre Mariela. La necesidad de tenerla en mis brazos me llevo a visitar a una de esas falsas brujas del corazón –esas que pegan sus carteles en los postes de luz para que los jóvenes perdidos “encuentren” el amor-; el lugar estaba invadido por un olor que era una mezcla de inciensos aromáticos y orines de gato, quizás uno tenia la función de tapar al otro; luego de hablar media hora, prender ensamblar velas rojas, una con forma de cilindro, sin tapas, y la otra con forma de chota, y prenderlas… no paso nada, ni en el momento ni meses después… lo único milagroso fue, que en vez de perder cien pesos, perdí ochenta, gracias a dios que en esa situación; mi costumbre de regatearle a los chantas –es instintivo, no puedo evitarlo- se mantuvo en pie.
Lo peor de todo es que, como si mi sufrimiento fuera el placer maquiavélico de los hados. Cada vez que comenzaba a olvidarla, su recuerdo me azotaba en sueños o creía ver su silueta a lo lejos, y eso me garantizaba unas horas más de dolor.
Finalmente, una mañana de primavera, cuando se disipaba el humo del caño de escape de un colectivo de la línea 106 en pleno MicroCentro Porteño. La divisé a media cuadra, sin duda era ella. Su espalda, su cabello negro, su voluptuosa delantera que asomaba como una sombra desde sus costados, y su cintura… su cintura era la razón misma, por la que los hombres teníamos ojos, la forma en que se movía con toda armonía sin perder la compostura en cada paso, una maquina perfecta diseñada para la supervivencia de la especie… No podía dejar de mirarla… Hipnotizado crucé la calle…

Eso fue lo último que hice. Amanecí en una cama de hospital varios días después, y hoy solo puedo pestañar y pensar, pensarla, pensarla a ella, y sufrir, no por el dolor físico-que añoro gracias a la parálisis-, es algo mas, la sensación de no volverla a ver. Y no poder hacer nada para remediarlo.

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