jueves, 11 de diciembre de 2008

La luz del Sol

La siguiente carta fue encontrada junto a un montículo de polvo el tres de enero del año 2008:


Buenos Aires, 01/01/2008

Querido amigo, si estas leyendo esto, es porque decidí ver la luz del sol –quizás- por última vez.
Mi nombre es Phillip D' Amara, y hace 200 año que no me muestro a las luces del Astro Rey. Nací en Sorrento, Italia, mi padre era un soldado francés que murió en una expedición a Sudáfrica cuando yo ni siquiera podía mantenerme en pie por medios propios -para serte sincero, el no me importa, nunca lo conocí-, mi madre me abandono en un hospital cuando tenia pocas primaveras trascurridas -no la culpo por hacerlo-.
Siempre fui un niño saludable, y fui criado por los médicos del Hospital Católico, nunca pude estudiar o recibirme en las artes de la sanción -de manera tradicional- por mi ausencia de dinero. Sin embargo, hasta mis 20 años, recorrí toda Europa, acompañando a las más brillantes mentes de mi tiempo.
Creo que puedo decir que realmente nací, el día que junto a mi maestro -no diré su nombre para no manchar la reputación que la historia le supo dar- comenzamos a estudiar como inferir en las leyes naturales que rigen al mundo y nuestros organismos, como forma acotada del mismo. Durante tres largos años nos apegamos a las consideraciones tradicionales de la medicina moderna, y de vanguardia, pero nunca pudimos llegar a nada. Fue entonces cuando descubrimos unos textos mayas, los cuales decían que el universo era movido por una gran serie de engranajes de piedra, y que la única forma de mantenerlos aceitados era con sangre humana; maravillados por lo descubierto, viajamos a Centroamérica en busca de respuestas. Inevitablemente las encontramos, y no solo es la sangre lo que la mantiene aceitada, distintos compuestos formados especialmente con distintas partes del cuerpo, sirven como alimento para la maquinaria infernal. Con mi maestro, iniciamos los estudios sobre el compuesto, y como repercutía en los hombres cuando era ingerido.
Los primeros sujetos de pruebas -nativos del nuevo mundo- desarrollaron inmunidad a muchas enfermedades, fuerza sobre humana y no parecían verse afectados por el paso del tiempo; el compuesto era un milagro de la ciencia moderna, pero tenia un defecto, volvía fotosensible al usuario del mismo, no hablo de ver mal frente a la luz del sol, hablo de casos de combustión espontánea en las zonas del cuerpo tocadas por los rayos de luz.
Cuando mi maestro enfermó, yo tenía 28 años, y solo teníamos solución para una última dosis, mi maestro se negó a tomarla, y me obligo a ingerirla -yo era el único que podía continuar con los estudios en forma oculta-. Desde entonces recorro el mundo, alimentándome del suero generado a partir de vagabundos.
Creo que finalmente logre aislar el desencadenante de la fotosencibilidad, y llegue a la conclusión de que 200 años es mucho tiempo. Por consiguiente decidí salir completamente desnudo al amanecer, con esta carta entre los dientes. En caso de tener éxito, develare al mundo la verdad; de lo contrario, ya estaré muerto, y plantare la semilla de la duda -motivo que origina las ideas mas brillantes- en quien la encuentré.

Atentamente. Phillip D' Amara

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